viernes, 27 de septiembre de 2019

Devoción, Folclore, Cumbia y Descontrol


Devoción, Folclore, Cumbia y Descontrol

                                                               © Por: MSc. Hirohito Furuya Alave


Con el sonido irritante de la alarma del móvil, despertó Ejher, era sábado. Las diligencias que caracterizaban este día fueron como todas, levantarse temprano, para salir rumbo a los quehaceres de lucubración, desayunar fuera, en los típicos puestos, donde venden quinua con leche, avena, mates entre otros, acompañado de unas empanadas caseras. El viaje largo, con un frio diáfano que golpea las partes más sensibles del rostro y la mañana que despertaba abriéndose paso con sus huestes radiantes, por detrás del parabrisas del transporte en el cual se trasladaba, pensativo, perdido con la mirada lejana, el conjunto singular de personas de los cuales, son sus acompañantes ocasionales, son; estudiantes, porque se los reconoce, por el ajetreo entrelazado por textos y mochilas en el hombro; profesionales, vestidos de galano con el rostro indiferente a todo; personas de a pié, que muestran su cansancio en su rostro y otros que están indiferentes a todo, con la mirada en el paisaje agreste que, se observa detrás del parabrisas.

Terminada la faena mañanera, revisó en el móvil lo agendado días antes, una invitación que le hiciera llegar su amigo Marcos. Una invitación con características interesantes, ya desde el tamaño era exagerado, más o menos en A5, con colores y letras en alto relieve, se observa imágenes de una docena de grupos, entre electrónicos, orquestas y grupos folclóricos que, amenizarían el evento, una virgen y un patrono difuminado entre la imagen de los pasantes de la fraternidad, además de un disco, el cual acomodó junto al reproductor y que no vería; entonces, se dispuso a transportarse a la dirección encomendada, con el atuendo, acorde al evento. El encontrar el lugar no fue difícil, por las melodías que incitaban a reunirse al jolgorio, llegado al lugar un cuadro espectacular, abigarrado entre los participantes, los espectadores y los vendedores.

Con paso lento y negligente, golpeando con la vista al gentío que se movía en la avenida que, habían tomado para el evento, buscando redención hacia el escudo de un conocido, para aplacar el paso entre los participantes, caminó de frente. Mientras los pasos van quedando atrás, al no encontrar al conocido, se aparcó en una esquina, desde donde pudo advertir un panorama general del lugar, mientras en el reloj del móvil corría las 15. 39, con la mano izquierda peinando el cabello, mientras nacía una cefalalgia, realizó un monitoreo matizado del entorno.  

En la plaza llena de puestos de entretenimiento y de venta, donde se encontraba un imponente minero del centro a la izquierda, elevado en un altar que representaba un socavón, la calle que conectaba a la avenida nueve, era el lugar donde se realizaba el acontecimiento. Las personas bailando en media calle, de los cuales se distingue hombres con trajes plomos, negros, las mujeres con polleras y mantas amarillas con sombreros negros engalanados con joyas doradas, señoritas y jóvenes dando un marco de interacción cultural moderno, moviéndose al compás de los ritmos marcados, por el grupo musical que, entre coreografías juveniles interpretaba canciones de cumbia sureña, propio del sur de Perú, en un escenario que se encontraba de lado a la “Plaza Del Minero”, en una construcción metálica, con un techo anaranjado de lona impermeable y con un banner de identificación del grupo; donde, su atuendo destaca la uniformidad de sus miembros que, están vestidos con pantalones y sacos blancos, camisas cafés y calzados blancos, a los costados las estructuras colgantes, donde están los parlantes que hacen retumbar el júbilo de los concurrentes.

Se observa a fotógrafos con trajes plomos, credenciales colgando en el cuello, cargan una cámara y una impresora fotográfica portátil, le dan el toque de avance tecnológico al cuadro festivo. Tomando e imprimiendo fotos a las parejas, grupos de amigos que, empuñan orgullosos botellas de cerveza que, al ser retratados esbozan sonrisas y cuando les entregan el trabajo, ríen extasiados por la inversión de 10 bolivianos por cada toma e impresión fotográfica.

Al lado derecho del grupo electrónico, una banda de músicos, reposa en sillas metálicas rojas, cual ejército de reserva, tomando energía, para entrar en acción. Los músicos vestidos con pantalones negros, sacos verdes, camisa y calzados blancos, correctamente uniformados, en los bombos, resaltan pintados su identificación, con letras combinadas, donde resaltan los colores, rojo, amarillo y verde. A eso de las 16.36, reciben cuatro cajas de cerveza por los pasantes de la festividad; los mismos, fueron entregados por los mozos que, vestidos con pantalón y chaleco negro; camisa y sombrero blanco, mientras los miembros de la banda, agradeciendo por la magnánima bebida para calmar la sed de un sábado 13 de julio por la tarde, pagan con una diana, que hace virar la mirada de la muchedumbre y entre aplausos, sobresalen las espumas de entre las botellas.
En frente del escenario, por detrás de los bailarines, resaltan los puestos de venta con imponentes sombrillas rojas y unas banquetas adecuadas para el momento, se ve en columnas los cajones de cerveza que esperan ser consumidas. Los que están sentados beben a diestra y siniestra, como si se fuera a escapar el líquido alcohólico, parejas y grupos de amigos se sirven diciendo el tradicional “Salud”, que persiste hasta hoy luego de las enfermedades y la peste de siglos atrás, de dos en dos los cajones van quedándose vacíos, mientras los consumidores embriagados por el trajín que conlleva la tradición y la devoción.

16.39 marcaba el reloj del móvil, y el compañero que fue causante de la presencia en el lugar, no aparecía, su móvil apagado y sin señal dejaba escuchar, la oración que comenzó a execrar, iracundo se repetía una y otra vez, “Luego de la señal, dejar mensaje tiene costo”. Terminó su ronda el grupo electrónico, agradeciendo a la concurrencia en especial a los pasantes que, entre la muchedumbre alzaban manos y en el vaivén del saludo con la muñeca, estaban vestidos con trajes plomos y engalanados con cuadros y platos colgados por el cuello, entremezclado con una banda de color blanco y naranjado, las señoras con vestuarios, combinando anaranjado con joyas en oro y piedras preciosas en los sombreros. Solamente se escucha las voces inentendibles de la gente, como se escucharía un panal con abejas, el grupo apagó los equipos, entre silbidos y abucheos, se notaba la disconformidad, seguramente porque querían seguir bailando.

Se asentó a buscar un rostro conocido, al no encontrar, caminó unos 30 metros a la derecha. Era el otro lado de la moneda, se observa puestos de venta con platos típicos, juegos de recreación, sobresaliendo el vendedor de algodones de azúcar con colores, azul, rosado y amarillo, al final de los puestos de venta, divisó los clásicos Chantilly con gelatina, sin pensarlo dos veces, solicitó uno, sacando monedas del bolsillo lo pagó, como quien saliva ante un manjar en el desierto, se dispuso a saborearlo, en su rostro la complacencia, la inversión de tres bolivianos había valido la pena.

Entre las vagonetas y taxis que estaban aparcados de espaldas a la calle nueve, apareció otra banda de metaleros, así se los dice cariñosamente a las bandas que utilizan trompetas, barítonos, etc. vestidos con pantalones y chalecos negros, camisas y sombreros blancos. En este último, se divisa una diadema anaranjada con el nombre de la fraternidad, con paso apresurado, como soldados luego de escuchar el clarín, se dispusieron a formar, uno de ellos tocó la trompeta y otro el tambor, como llamando a los que todavía no habían escuchado la formación.

Los platilleros y tamboreros, son los que apresuradamente ponen el ritmo, se le unen los bomberos, en donde resalta también, la uniformidad y sus diseños en sus nombres. Las trompetas, barítonos y contrabajos están listos para tocar, se observa una mano quien da la orden, se escucha los primeros acordes que, le traen a la mente recuerdos inmemorables, claro a su estilo, pero salió bien la canción o la marcha como se lo conociera, atrajo a los curiosos al sector, el tema fue el clásico “ Cóndor Pasa”, que  tuvo en pretérito, contrariedades por el origen entre los países Perú y Bolivia, estilizado al baile, puso a moverse nuevamente a la multitud.

Luego tocaron una morenada, como no sería de otra manera, se escucharon las matracas y entre los bailarines se habría paso un espectacular estandarte, de tres metros de alto aproximadamente, en combinación de colores blanco y naranjado se podía leer en letras plateadas, el nombre de la fraternidad. Se formaron, como instintivamente los danzarines y la banda dio paso a la columna dirigiéndose hacia la avenida, por detrás acompañando los mozos con bidones blancos, charolas plateadas y copas plásticas, los músicos de apoco se liaron unas gabardinas de cuero plomo, mientras el reloj tiritaba 17.06 y los minuteros apresuraban a apuñalar a los suicidas segunderos, cuando de improviso, siente una mano que se posa torpemente en su hombro izquierdo, miró y era Marcos, causante de la presencia en ese lugar, con un semblante medio ebrio, con la palabrería de siempre, como quien heredaba una excusa milenaria gastada en el tiempo, saludó acompañado con una abrazó no correspondido.

La invitación al lugar donde estaba, fue eminente, pidió que le siguiera y así lo hizo. Cuando llegaron a la mesa, donde se encontraba junto a otros sujetos, compartiendo dos cajas de cerveza, con lo que no le gustaba esa bebida a Ejher por causas fundadas que, evocando a sus posibles creadores Osiris o Hathor, la presentación y todo ese protocolo, de la herencia del cerebro reptil y de las sonrisas forzadas no se dejaron esperar, nombres que le dijeron que, los olvidó por ser recuerdos efímeros que, pasan por culpa de los nervios o por vergüenza ajena, todo ello que los que estuvieron en esa situación, sabrán entender de lo que se está hablando.

Las charlas, reflexiones y tertulias con fulgor racional, teniendo eminentes respuestas a soluciones de conflictos sobrenaturales, traídas desde la razón para resolución del mundo, fueron las engalanadas en este preámbulo. Pero con la mente en flor de piel, ahí estaban, junto a las mesas blancas con sombrillas rojas, de espaldas a la banda de los sacos verdes que, tocaba temas condimentados con cebolla y melodías como dagas que invitan al abrojo de los recuerdos con preludio a congoja. Estaban ahí, con la carrera de los presentes por llenar una copa y pasarlo al recién llegado, como quien dijera, ¡póngase al igual de los presentes! mientras desfilaban las personas por delante de la mesa, como buscando caras conocidas, en el caso que se encontraba una hora atrás, comprendió el bufo de esa posición.

No le gustaba mucho la bebida a Ejher, pero no se podía despreciar, pues una copa no se desprecia ni al peor de los enemigos, reza un adagio popular, no digo que lo fueran, pero lo recibió esbozando una sonrisa, casi por compromiso. Entre copas y botellas, sumado la música que estaba a más de 120 decibeles, casi no se conseguía hablar de nada, en ese momento entendió que, sólo se puede hacer dos cosas bailar o tomar, más un poco de comunicación con muecas, levantando la copa, mirando de frente y girándolo en forma oblicua, como invitación que todos participen del sorbo del líquido amargo que, a la suma se te sube a la cabeza.

La banda dejó de tocar su ronda musical. Transcurría las 17. 36; entonces, descargó toda su artillería de interpelaciones, con tono de sermón, como cura enfadado por las paupérrimas recaudaciones, reprochó por el móvil que estaba apagado, por la hora que esperó, por los calores ajenos que había pasado, por el plantón que padeció y otras cosas. Sonrió y le dijo que, su móvil se había quedado sin batería (sin batería suelen decir, cuando se queda descargado) y por eso no podíamos comunicarnos, cual carcelero paga su sentencia, pide dos cajas de cerveza a la vendedora del lado derecho, el cual ponía en el medio de la mesa, quedando Ejher estupefacto, por este accionar, sabiendo cuales son las consecuencias de este acto, ya que existen creencias populares que, cuando te invitan tienen que corresponder con la misma, es parte del acervo cultural, arraigado en las personas, mientras los demás que compartían la mesa, miraban a las personas que pasaban por el ocasional escenario de baile, le dijo ¿qué te parece? Es la fraternidad en la cual bailo, le contestó, con un tono burlesco, sólo bailas o también te echas a perder (se suele decir que echarse a perder, es tomar sin medida), ¡si también! le dijo. Pensó un momento que había cometido un error al reprochar, pues la invitación fue de forma gentil y verse ahí cuestionando a un ebrio de responsabilidades que no venía al caso, pensó y reflexionó, luego se levantó, tomo una botella y llenó los vasos, pidió a los acompañantes un vacío (un vacío suele ser el ritual de acabar o dejar el vaso vacío, que no es igual al seco, que es otro rito cultural).

Cuestionó, por qué no estaban disfrazados, porque en todo el preámbulo había visto los exuberantes trajes de morenos, achachis, chinas y otros. Le contestó rápidamente que solo era la recepción y los trajes serán lucidos la siguiente semana, en gran entrada, como entendiendo lo que quería decirle, asintió su respuesta. Del lado izquierdo, se escuchaba la banda que volvía con los bailarines y su estandarte por delante; entonces, se percató de lo que le dijo, si él baila en esa fraternidad, ¿por qué no está bailando? Le miró con descuido, mientras silbaban la melodía, tomando un vaso en la mano derecha, cuando pasaban con pasos tradicionales la comparsa, recibiendo saludos entre el bullido y el gentío.
Una tras otra, el líquido ingresaba en sus organismos, aquello que no le gustaba pero que por presión social lo asimilaba, sentía que me pegaba (pegar se suele usar cuando te sientes mareado por efectos etílicos), ya ni se percató de la hora, algo así como que ganara la batalla ante ella. Calló la banda, para dar pasó al grupo electrónico, figúrense que esto no para, sigue uno tras otro, entonces comenzó a tocar cumbias que está de moda y otros que son clásicos, donde estimularon a salir a la calle que, fungía de pista de baile para el acto.

Pareja tras pareja salieron a la pista improvisada. Marcos, no fue la excepción, mientras quedábamos solos nuevamente, un par que personas y Ejher. No es por ser aguafiestas, pero el solía bailar cuando estaba en cordura, una excusa que lo venía llevando como bandera, hace años desde que lo descubrió. Entre un salud y otra copa, alguien de la mesa le lanza la invitación de ir a bailar, ella estaba sentada en frente, tenía una chaqueta negra, una blusa amarilla, el pelo hasta los hombros y una piel trigueña, le negó con la excusa que descubrió, tratando de hacer charla, un par de botellas más tarde nuevamente regresó la propuesta, mientras la presión, desde fuera de la mesa se hacía sentir, cual vigilia de piqueteros en el yugo de la presión social, acaloraba de apoco y el rompimiento del régimen se veía venir, desde la lucha de los bailarines de la pista, tuvieron que intervenir la mesa, cual preso político, exiliado a la pista, hacia los menesteres del circulo musical.

Desde su exilio, la escena se veía diferente, con pasos torpes y vergonzosos, mientras los demás demostraban sus intenciones con palmas y movimientos extravagantes. No faltó, quien ordenara traer la caja al medio del grupo de amigos que, se estaba bailando, se tomó la cabeza, como quien busca la razón y una explicación, no es que lo esperaba, pero las cosas de pronto viraban a un camino de remotas juventudes, escribiendo recuerdos, que luego serán evocados entre soflamas y esbozadas de sonrisas cómplices.

La noche se apoderaba de a poco, los faroles y mecheros, llegaban junto a los puestos de anticuchos (aperitivos preparados en parrilla típicos de Perú). Los pasos y palmas, hacen el deleite, entre sollozos y alegorías sentimentales que, desembocan en la pista, fomentando el cansancio y apuñalando los recuerdos, mientras van despertando las nostalgias, cantan y otros corean, “Un vaso de cerveza”, “Jamás”, “Amiga” o “Si te vas”, “Olvídame” “Lloraras” y otros. Desmedidamente, los vecinos de las mesas de los lados bebían y bailaban, cual peregrino llega del desierto, la imitación por momentos se hizo perentoria, pero la mesura hacia el equilibrio y la justicia como sostuviera Ulpiano, trasladado al momento, sería darle cada vaso a quien le falta, o algo así. Algunos: ¡por el tema!, asegurando que, les traía recuerdos, se les ocurría hacer pecar a los demás que gritaban, en respuesta, ya esta vez en coro al unísono ¡Por el tema! los demás asintieron; no supo si por solidaridad o por qué,  tal vez  sabían que le tocaría el turno en algún momento, pero lo hacían, sin parpadear, entre esos rituales y el sudor que afloraba por las coreografías improvisadas, saltó alguien a pedir óbolo para la adquisición de otro par de cajas, nadie titubeó, mientras sacaron carteras y billeteras, para tal efecto, para aguantar a la noche que nos cubría con su manto de incertidumbre.

Las discusiones, no tardaron en llegar en algunas parejas que, por causa de las botellas, el descontrol se apoderaba del lugar. Todo tan normal, pasaron algunas discusiones, mientras todos seguían vaciando las bebidas, de apoco cambiaron los rostros, las voces se elevaban, la confianza comenzó a brotar. En el escenario, el grupo hacia coreografías, entremezclados con el humo de colores que, junto al juego de luces, hacían el deleite, en un momento de esos, cambiaron para hacer gritar a los más ebrios y sentimentales, tocando cumbia sureña, donde entre “Mala mujer”, “Lloro por tu amor”, “Te perdí por idiota”, “Por tu culpa” o “Urgente otro amor”, “15 días”,  “Amorcito perdóname” entre otros que, coreaba desentonado el gentío. Los temas sureños hicieron reventar los vasos y el consumo desmesurado que, hasta ese momento se lograba contener. Detonaron los pasos que tenían guardados, las cholitas y sus acompañantes sacaron sus mejores movimientos, entre giros mirando al suelo, empuñando vasos llenos de cerveza hacían el descontrol total, mientras en el grupo de amigos, la escena no era diferente, claro con exención de Ejher, todos disfrutaban de las canciones salíferas, pero ya todo era cuestión de sobrevivencia.

Como descargó el consumo del licor amargo, vinieron más cajas, las cuales también devolvió a Marcos, el cual lo recibió con un apretón de manos y un abrazo. Mientras las formalidades se rompieron, los bailes se hicieron más juntos, no es que le gustaban las canciones, pero quedaría marcado como un recuerdo inolvidable que también se expresó en una fotografía, dentro el cual se abría una vereda que era eminentemente transitoria. Las vergüenzas se fueron a dormir, los fervores fueron sustituidas por el calor del baile, lo que al principio le costaba tomar y hasta frunciendo el ceño, ahora tenía vía libre, en conclusión, estaba en sintonía con el jolgorio, por lo demás no hace falta argumentar relatos, es obvio las cosas que pasaron y eso se deja a la imaginación de los que pasaron por este tipo de acontecimientos…





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